Interés, investigación, inconformismo, reevaluación, búsqueda, expresión, resistencia, todo eso y más, está implícito en «Another approach to non painting» de Diana Velásquez.
La obra estará expuesta en el espacio Habitar la Línea hasta el próximo 29 de septiembre.
Por: Soraya Carvajal B.
Como un cuestionamiento a la inmediatez y la fugacidad prevalente en los tiempos contemporáneos; una reivindicación de la función social y del valor cultural del ornamento e incluso como una forma de resistencia frente a lo global, de esto y mucho más nos habla la exposición “Another approach to non painting”, de Diana Velásquez.
La muestra de la artista colombiana afincada en Madrid, que actualmente se expone en el espacio “Habitar la Línea”, de esta ciudad, está compuesta por una serie de pinturas que mezclan patrones decorativos de distintas procedencias, “es un experimento híbrido y una superficie crossover’’ afirma.
Los patrones decorativos elegidos para estas pinturas provienen de estampas japonesas, cerámica mexicana o turca, porcelana rusa, prendas latinoamericanas, textiles de la India, estampados africanos, entre otros, como una reflexión que cuestiona lo global. “La obra mezcla mundos y de cierta manera, también expresa una resistencia a lo global, porque las personas que venimos de los márgenes, como algunos de estos patrones, entramos en lo global, pero la unicidad que nos conforma también es válida… y no es válida solo porque estemos en un lugar (España) más global”, asegura.
A diferencia de lo que se pueda creer en un primer momento, las pinturas no están hechas con papel pintado o serigrafía, sino de acrílico sobre algodón, y su elaboración ha implicado mucho tiempo y un trabajo detallado que pasa por crear los patrones, calcarlos a la tela, elegir la paleta, hacer distintas pruebas, decidir cómo encajar y superponer los bastidores, hasta cerrar cada pieza.
“La obra no es pintura como tal, pero es un trabajo hecho desde la pintura, manualmente en contraposición con lo mecánico que normalmente está detrás de los patrones que se imprimen seriados. Estoy hablando del fondo, de la esencia a través de los ornamentos y los patrones son una herramienta”, dice Velásquez.
“Another approach to non painting” también reevalúa y revindica el rol de lo decorativo y ornamental, generalmente considerado un arte menor. Por eso en esta muestra los ornamentos son el fondo, lo esencial, pues para esta artista a veces lo que se ve como algo superficial puede comportar una gran profundidad.
“Mis pinturas redundan en eso, pero también estoy hablando de lo artificioso que resulta vivir en el mundo de hoy, es algo que me cuestiono y que decidí incluir en el proyecto. También está lo problemático que me parece que la gente hoy en día no tiene criterio; tú le preguntas a alguien de dónde saca esa opinión y a lo mejor es porque sus amigos piensan lo mismo, o porque lo ha oído, pero no es porque se haya sentado a investigar o a leer la noticia completa, se leen titulares”, asegura.
La Espera….
“La Espera” fue una instalación de Diana Velásquez que hizo parte de la exposición AlNorte 2020 en Gijón y también fue expuesta en el Grand Palais de París, en el invierno pasado. La obra parte de una reflexión acerca de los problemas sociales, políticos, sanitarios, entre otros, pero se centra en cómo la espera y el paso del tiempo, debidos a la pandemia, afectaron especialmente a las personas mayores, a esas a las que no les quedó más remedio que esperar.
Aunque las obras son distintas, entre “Another approach to non painting” y “La Espera” puede encontrarse un hilo conductor común: la reflexión acerca del tiempo. La primera cuestiona la inmediatez y la fugacidad del mismo, mientras reivindica la necesidad de parar para pensar; la segunda obra –a su vez-, nos habla de esa espera impuesta, que más que hacer frente a la pandemia, la negó, provocando consecuencias lamentables entre la población mayor.
La pandemia en clave personal
Para Diana Velásquez, que durante años hizo proyectos sobre la crisis inmobiliaria, los desahucios y otras temáticas sociales, con diferentes reconocimientos y/o exposiciones (XXIV Circuitos de Artes Plásticas de la Comunidad de Madrid, Bienal de Bolivia, Casa de América, entre otros), la pandemia ha sido un período de intenso trabajo, donde ha escrito propuestas, creado proyectos, participado en convocatorias, con y sin éxito, y organizado exposiciones.
“Después del confinamiento, donde poco pude trabajar porque estaba en casa con mis hijos, creo que nunca había tenido tanto trabajo como en esta época: monté la exposición en Gijón, fui seleccionada para el Grand Palais, he estado trabajando en este proyecto y voy a participar en una exposición colectiva en Asturias”, admite con una sonrisa que mezcla algo de apuro, al considerar las difíciles circunstancias que otros han vivido en esta etapa.
Sin embargo, también admite que, pese al buen momento que atraviesa, es consciente de que esta es una situación transitoria y que el camino del arte es una carrera de fondo con altas y bajas. “Esto lo he vivido, he tenido épocas buenas, pero sé que esto va a parar y hasta que vuelva a encenderse la vela. Ahora quisiera pausar un poco, volver a investigar y empezar un proyecto nuevo (…) Lo mío es poder trabajar, poder mostrar las obras, uno tiene que seguir y a ver qué pasa”, puntualiza.
La apuesta por el arte y una fuerte amistad han sido el germen de Arte 24horas, un novedoso proyecto que está poniendo el arte en la calle, a disposición de la gente del común, de cualquier transeúnte del centro de Madrid, interesado en adquirir una pequeña obra de arte, original y con certificado de autenticidad, por unas pocas monedas.
Mariana Leyva, artista y emprendedora, afirma que el proyecto Arte 24horas en principio surgió como una iniciativa empresarial centrada en la distribución de los productos habituales en las máquinas dispensadoras a pie de calle, sin embargo, dada su inquietud por el arte y tras un proceso de investigación sobre la experiencia en otros países, decidió darle una vuelta de tuerca más a la idea y apostar por incluir también obras de arte en las máquinas.
Así, para el lanzamiento del proyecto recurrió a su cómplice Paola Romero, artista visual, quien aceptó implicarse en el proyecto y creó la serie de acuarelas titulada “Máquinas memoriosas”, trabajo que contó con una buena recepción por parte del público y de algunos medios de comunicación, dándole notoriedad al proyecto.
“El trabajo de Paola y de los artistas que tenemos programados es impecable, de mucha calidad y yo les agradezco a todos su implicación, porque siendo gente con formación, investigación y que se ha movido en los circuitos tradicionales están haciendo un esfuerzo para adecuar el formato de su obra a las máquinas, conservando la máxima calidad en la misma, aun sabiendo que en este espacio no van a tener la retribución económica que debieran, pues el valor de las obras es simbólico, aunque sí obtienen otro tipo de recompensas”, afirmó Leyva.
La directora del proyecto señala que éste ha comenzado con mucho entusiasmo y que el propósito es seguir abriendo horizontes. “La idea es fomentar el coleccionismo, sacar el arte de los circuitos tradicionales y acercarlo a la gente del común, incluso al mezclarlo con víveres y otros productos estamos trayendo el arte a la realidad cotidiana de la gente, porque el arte no debe ser de espacios exclusivos y excluyentes”.
Y pese a las dificultades que implican el emprendimiento o la obtención de crédito en España, Leyva asegura estar sorprendida y satisfecha por el impulso y la positiva respuesta que el proyecto ha tenido.
Máquina dispensadora de recuerdos
“Me involucré en el proyecto, por la amistad con Mariana, porque me gusta experimentar con mi obra y tenía la inquietud de venderla en formato pequeño y porque me gusta la idea de una máquina dispensadora de recuerdos, pues el tema de los recuerdos siempre ha sido recurrente en mi obra. Me interesa el tema de la memoria, de la ‘pelea’ que hay entre la memoria y el olvido, para mí es un tema fundamental, de identidad y ya en Colombia había trabajado sobre el tema de los desaparecidos, la pérdida del nombre, el convertirse en una cifra, la pérdida de su rostro y cómo poco a poco se convertían en uno más”, afirma Paola Romero.
Al radicarse en España el tema de la memoria se volvió más personal para esta artista que fue consciente de que lo que traía consigo, más que su ropa o sus libros, eran sus vivencias, su acento y los recuerdos creados en su país de origen.
Así, su trabajo giró hacia esos recuerdos personales y para ello se remitió a los negativos fotográficos de los álbumes familiares donde su madre atesoraba distintos instantes y, al enfrentarse al problema de la imagen versus los recuerdos, comenzó a pensar en si sus recuerdos se fundamentaban en esas imágenes o eran auténticos. “Comencé a pintar esos negativos fotográficos en óleo sobre lienzo, después les tomé una fotografía y con el Photoshop los invertí para positivarlos, así la obra quedó como una copia de la fotografía, después borré los negativos originales, de manera que la pintura original fuese mi negativo, pues la pintura para mí es un terreno de resistencia frente al olvido, es la forma que tengo de intentar materializar esos recuerdos”, afirma Romero.
De esta manera llegó a las “Máquinas memoriosas”, esa serie de pequeñas acuarelas que intentan guardar sus recuerdos y que hablan de la casa de su infancia, del olor de su abuela, de los canarios que ella tenía, de los zapatos de tacón de su madre, o de la vendedora de tamales que pasaba por su casa, “cosas que en la fotografía no existen pero que quise ponerlas en el papel”.
Agradecida por la positiva respuesta frente a un trabajo, que le ha permitido compartir sus vivencias y ampliar sus recuerdos, Romero señala que esta exposición le ha dejado un contacto más cercano con la gente, a diferencia de lo que sucede en las inauguraciones al uso, donde existe cierta distancia entre el arte y el público.
“Creo que es importante acercar el arte al público, porque existe una especie de barrera entre la gente que hace arte, el arte mismo, la pieza, y el público, que es el que potencia la obra, pues debemos recordar que esto es un todo que empieza el artista y lo termina quien ve, quien experimenta la obra, quien le da el o los sentidos”.
Crítica frente al carácter mercantil del arte, Romero considera que el valor fundamental de este proyecto es acercar el arte a la gente, independientemente de su capacidad adquisitiva. “A veces el ámbito galerístico o del museo, está muy cerrado al comprador y eso no tiene mucho sentido porque la finalidad de la obra no sólo es que sea comprada sino también vista, por eso, en este caso me parece valioso que cualquiera que pueda adquirirla, por una cifra simbólica, tenga acceso a una pieza única; no se trata de consumir, sino de llevarte un recuerdo a casa, es algo que te nutre de otra manera. Me parece importantísimo que el arte no sólo sea de un círculo o de un pequeño mundillo y además este proyecto, como otros que se están desarrollando en el barrio de Lavapiés, por ejemplo, abren puertas a artistas emergentes, que no tienen una gran trayectoria pero que están haciendo cosas interesantísimas”.
Aunque manifiesta su complacencia con la presencia de Colombia como país invitado a la feria de arte Arco 2015 y consciente de que los artistas tienen todo el derecho a vivir de su trabajo, Romero señala que junto con un grupo de artistas de este país, afincados en España, pretenden desarrollar un proyecto paralelo y subversivo desde el punto de vista artístico, “que cuestione el mercantilismo que actualmente prima en el arte y en este tipo de citas”.
Y así, mientras logra cumplir el anhelo de exponer en su país de origen, Romero sigue trabajando en “Sancocho”, su próximo proyecto centrado en dibujos de frutas y verduras tropicales que pretende intercambiar por comida, algún bien que necesite o conocimiento, “porque quiero reivindicar que el artista desarrolla un trabajo como cualquier persona y bajar la idea de la pieza como algo elevado. Pensar que la obra de arte podría intercambiarse por un bien intangible también me gusta mucho”.
La escritora Laura Restrepo (izq) conversa con Monserrat Iglesias, directora de Cultura del Instituto Cervantes (der).
Por: Soraya Carvajal B.
Escuchar a Laura Restrepo implica quedarse con la sensación de estar frente a una mujer vital, inteligente, accesible, amplia conocedora de su oficio, satisfecha con su vida y con una marcada identidad colombiana, que refrenda a lo largo de la charla con innumerables referencias a su país de origen.
La escritora, quien recientemente participó en los “Encuentros en el Instituto Cervantes” habló acerca de literatura, sus distintas influencias, su última obra “Hot Sur” y sobre su mirada frente a las conversaciones de paz que actualmente se llevan a cabo entre el gobierno colombiano y la guerrilla de las Farc.
Estas son algunas de sus impresiones:
Periodista, profesora, escritora, política, negociadora de paz, exiliada: Las distintas Lauras
Laura Restrepo: Soy varias Lauras y una sola colombiana, no hay colombiano que no tenga una vida tormentosa y de alguna manera yo siento que son varias facetas de lo mismo: Empecé siendo maestra de escuela muy jovencita, inclusive de muchachos que eran mayores que yo y a quienes realmente no tenía nada que enseñarles (…) pero siento que desde esos 17 años, cuando era maestra de escuela, para mí siempre ha sido importante la relación con el público, me interesa el que está enfrente, el lector, el que está dialogando contigo, tengo muy clara conciencia de que sin esa persona no estás haciendo nada y toda la diversidad de estos oficios tienen en común el que estás jugando a 2 bandas con esa persona. El contenido es la comunicación, ese puente que se quiere crear y que es el mismo en los diferentes oficios que he desempeñado.
Maneras de mirar
L.R: Admiro de los periodistas el que tengan el derecho de preguntar, el derecho de no saber, en contraposición al escritor que parecería tener el deber de saber. Es una posición que me parece más cómoda y por eso muchas veces los protagonistas de mis obras de ficción son periodistas, pero son periodistas ficticios y eso genera algunas ambigüedades con el público(…) y también puede generar problemas. Recuerdo que realicé una investigación en una población muy combativa en Colombia y después lo transformé en ficción, en un par de novelas y cada vez que voy a ese lugar me arman unas peleas fuertes porque me dicen “le contamos todo como era y usted lo contó todo mal, usted no entendió, tiene que corregir en la próxima edición”.
El exilio
L.R: Colombia es un país que siempre, por razones de turbulencia interna, tiene que estar en movimiento. Yo creo que Colombia es una esquina de mundo donde quien vaya y analice las cosas puede ver lo que va a pasar más adelante, en términos un poco apocalípticos, esas oleadas de “fin de los tiempos” pasan primero por Colombia y después se riegan. Medio país está por fuera o vive el desplazamiento interno. Cuando fui a México por el exilio, ahí había tantos exiliados colombianos y por tantas causas, que uno no les preguntaba las razones, porque seguramente iban a ser controversiales.
Presencia de la locura en su obra
L.R: Me interesa mirar en los puntos extremos ¿hasta qué punto un país o un individuo mantienen la cordura? Literariamente es un territorio rico y además de riesgo, porque la locura disgrega, es muy difícil armar un personaje coherentemente cuando puede salir disparado hacia cualquier lado y la novela requiere un grado importante de coherencia, las cosas no pueden pasar porque sí.
Tengo una gran frustración y es no ser médico, me hubiera encantado y en mis novelas se enferma todo el mundo, de unas enfermedades tremendas, en cada libro escojo una distinta, me documento muy bien, enfermo a los personajes y luego trato de curarlos, cuando el asunto ya está muy grave llamo a mis amigos médicos y les pregunto cómo salvarlos, les cuento los síntomas, a veces me dicen que cómo los llevé hasta ese extremo, que la cosa está muy grave; tengo un catálogo interesante de enfermedades.
El papel de la familia
L.R: Tuve una maravillosa madre, un maravilloso padre y una infancia feliz, si bien puede sonar a retórica, sí, yo fui muy feliz en mi casa y sin embargo muy consciente de que todo dependía de un hilo, de que una vuelta de tuerca y la familia puede llegar a ser realmente un manicomio y más en nuestras cultura donde es tan fuerte, donde la necesitamos tanto y es al mismo tiempo la fuente de toda seguridad, alegría, de toda cohesión interna, de toda presión y de un sentimiento de culpa tan feroz, porque nada tan poderoso para hacerlo sentir a uno culpable como la familia, siempre está uno en deuda con todos y cada uno de sus integrantes.
La presencia de los libros
L.R: Esa presencia de esos libros (de la biblioteca de mi abuelo) fue clave, porque eran tan bonitos, era tan inquietante que estuvieran ahí, por eso yo creo que a la gente que haga vivienda popular habría que exigirle que junto con el excusado y la cocina y con el porche, tuvieran que poner una biblioteca como uno de los objetos básicos de todos los días, porque donde hay libros los niños leen y se fascinan con los libros y asocian la idea del libro con la idea de la felicidad.
La religión y su obra
L.R: Mi familia no era religiosa, yo nunca fui a misa, ni a esas cosas y como fui a tantos colegios y de todos me echaban, nunca tuve la presión de la religión como una presencia amenazante o coercitiva, entonces para mí, que la he visto de lejos, la fe de los demás siempre ha sido una fascinación, todo lo que es rito, lo que gira en torno a la ritualidad, los convencimientos de la gente, su capacidad de crear mitos. En mis obras no hay una religión vista desde dentro, la novela “Dulce compañía” es precisamente sobre eso, sobre la capacidad de multiplicar el mundo a través del mito.
La novelista Laura Restrepo presenta su obra más reciente Hot Sur. Foto: Sebastián Jaramillo Matiz, Revista Credencial.
Hot Sur y el misticismo
L.R: En esta novela hay un asesino que mata por razones rituales y de alguna manera tiene ese viso de novela negra. Evidentemente uno de los mitos de nuestro tiempo es el asesino en serie y en la novela yo quise asociarlo a ese sentimiento de “fin de los tiempos”, ese sentimiento apocalíptico que yo detecto muy fuerte en cada uno de nosotros, ese sentimiento de que esto dentro de poco no va a ir más…me parece que el asesino en serie se convierte en un mito contemporáneo porque empieza a ejecutar por mano propia lo que todo el mundo siente que va a suceder, como una especie de ángel exterminador.
Es un personaje tétrico que acaba con un misticismo desbocado y frustrado, así que la novela fue una interesante exploración de ese territorio tan delicado y que los colombianos hemos vivido con tanta intensidad, que es ese contubernio entre la vida y la muerte, porque ha habido momentos en la historia de Colombia donde tú no sabes dónde comienza la una y dónde termina la otra y aunque eso parecería retórico no lo es. Hay momentos en que no está tan clara la idea de que la vida sea mejor que la muerte , cuando la vida no depara nada, no te lleva a ningún lado, no te da educación, trabajo, felicidad y de pronto la muerte sí, esto ha sido muy generalizado en algunas culturas, el rock tiene esa idea muy subliminal, o en culturas sicariales generadas por el narcotráfico, hay una muchachada que puede pensar que quizás la muerte, aunque sea de manera fugaz, podría depararles algunas satisfacciones que la vida no les depara. Entonces ese territorio ambiguo donde la vida se toca con la muerte resulta muy interesante.
La presencia de los hispanos en Estados Unidos
L.R: Siento que actualmente estamos presenciando un “cambio de sueño” y que en el momento en que la gente ha dejado de soñar con eso, en el momento en que su imagen de felicidad no coincide, como en este caso, con lo que se ha dado en llamar “el sueño americano”…cuando ya se ha resquebrajado el sueño, eso ya apunta hacia la caída de ese imperio. Me gusta una frase de Oscar Wilde que dice que “cuando alguien se va, es porque ya se ha ido”, en paralelo se podría decir que “cuando un impero cae, es porque ya ha caído” y lo quise mostrar a través de varios personajes del sur en el sentido amplio, no solamente latinoamericanos, sino una serie de marginales que tratan de vivir el sueño americano y en su manera de ser, absolutamente ajenos a él, por más de que tratan de acercarse (…)Yo los veía como una especie de testigos de ese sueño ya resquebrajado y de la necesidad de fabricar uno nuevo, que no tenemos ni idea de cómo se llame, pero que a través de ciertos gestos de solidaridad, de volver a recurrir a lo humano como método de subsistencia, de ver a tu prójimo, de alguna manera apuntan hacia la construcción de un sueño menos individual, menos pretencioso, menos petulante, menos ambicioso, menos competitivo y más solidario, más humano.
La evolución de los hispano en Estados Unidos
L.R: Para mí era interesante ver el mundo que van construyendo los latinos allí, muchos entre una especie de ilegalidad que se va consolidando por debajo de lo legal. Fue interesante descubrir en Estados Unidos toda una plataforma que van construyendo los indocumentados pero que funciona con la lógica de una sociedad. Descubrí que hay toda una red de hospitales clandestinos en Estados Unidos, donde se atiende no sólo a indocumentados, sino a norteamericanos que no pueden pagar la medicina oficial y quienes ahí trabajan son médicos, cirujanos de primera categoría de otras partes del mundo, que no tienen licencia para ejercer el oficio en ese país. Yo no quería una novela lacrimógena, entiendo que el drama del desplazamiento, la migración y los indocumentados es un drama humano de primerísimo orden, pero al mismo tiempo esa experiencia requiere mucho coraje, así que me interesaba la parte del desafío, el reto, de no dejarse dominar por esa imposición de que hay seres humanos de primera y de tercera. Y de alguna manera ellos son la vanguardia en ese desafío, de no aceptar esa imposición. Lo cual da también muchas situaciones tragicómicas de las que está llena la novela. Quería que la viveza del sobreviviente fuera un componente de la novela.
El papel de las mujeres
L.R: Siento que en mis novelas las protagonistas llevan una voz cantante más notoria. Yo tengo la certeza de que la única revolución triunfante en el Siglo XX es la de las mujeres, lo cual no quiere decir que todavía falte muchísimo y que haya muchas mujeres que lo pasen muy mal, pero la punta de lanza ya pasó, fue una revolución que triunfó y yo tengo la sensación de que si bien hay que denunciar todo lo que falta, las atrocidades y los sometimientos que aún se viven, hay que asumir la responsabilidad de ser revolución triunfante, hay que saber que uno tiene un poderío, una capacidad de decisión y una responsabilidad ante la sociedad que se está formando. Por eso trato de que mis protagonistas se asuman como protagonistas de la historia.
Frente al actual proceso de paz en Colombia
L.R: Todo proceso de paz es necesario, el diálogo entre contrarios es la única manera de tener esperanza de algo. Yo tengo la sensación de que cuanto menos se encierre, cuanto menos palaciego sea, cuanto menos a puerta cerrada se hagan las negociaciones, más posibilidad de éxito tienen, porque un proceso de paz no solamente se hace entre las partes enfrentadas, sino que su éxito depende de que un país lo viva, se lo apropie, un proceso de paz está centrado en el perdón y el perdón es un proceso complejo, que donde no lo vivas, después no lo vas a hacer por decreto. Hay ofensas muy grandes de parte y parte, es un país que ha sufrido, que se ha agredido internamente mucho, así que mientras no sea un proceso de paz vivido y asumido, puede llegar simplemente a ser una firma sobre papel que no tenga verdadero contenido.
Mirada aotros escritores
L.R: Álvaro Mutis es un maravilloso poeta que nos ha influido mucho a todos los escritores colombianos que venimos después, porque de alguna manera le puso palabras a nuestro paisaje. En su prosa hay una novela que a mí me parece genial, que es una de las grandes historias de amor que he leído, una novela donde sí te crees la historia de amor, se llama “La muerte del estratega”, una bellísima historia de amor sabiamente contada.
Por alguna razón los que escribimos en español enfrentamos un problema de prestigio muy evidente, es muy difícil que a un autor lo declaren una gran figura de la literatura universal. Por razones rarísimas, porque en español se han producido muchos de los portentos literarios más notorios, y sin embargo es mucho más fácil para un norteamericano o un francés que lo consideren un grande de la literatura universal, a que eso suceda con alguien que escribe en español. Por eso yo estoy segura de que si Fernando Vallejo fuera francés sería considerado uno de los grandes contemporáneos, porque tiene todo el aliento. Una novela como “El desbarrancadero” es una novela muy poderosa.
Vargas Llosa y García Márquez
L.R: Yo pertenezco a una generación militante de jóvenes muy urbanos que teníamos una reacción bastante violenta frente a esa visión mítica de García Márquez, nos parecía muy decimonónico. Yo hice una tesis de grado, felizmente perdida, donde con mucho atrevimiento hacía una perorata contra Gabo, absurdo porque desde luego es un enorme maestro y el reconocimiento es absoluto. Pero Vargas Llosa en ese sentido era un tipo más cercano a nosotros, luego, políticamente se volvió enormemente lejano, pero “La ciudad y los perros” era la ciudad urbana, era mucho más cercana a lo que nosotros creíamos que se debía hacer en ese momento. Claro, en materia de literatura todos esos juicios son superfluos, porque se hace literatura desde el mito, la historia, el periodismo, desde donde quieras, sin embargo, en los momentos de formación, donde uno está más ávido de recibir influencias, me influyó más Vargas Llosa, además me he leído su obra con el propósito claro de ver cómo armaba la estructura, cómo monta la novela pieza a pieza, porque Vargas Llosa siempre fue in genio de la estructura.
Adentrarse en el mundo de los jóvenes “trendsetters” , es decir, aquellos que proponen e instauran tendencias innovadoras en el desarrollo social y cultural, haciendo uso de diferentes conocimientos, capacidades y tecnologías y generando a la vez nuevas necesidades de aprendizaje, conexiones sociales, productos culturales, estilos de vida y de trabajo, es el objetivo de la investigación “Jóvenes, culturas urbanas y redes digitales. Prácticas emergentes en las artes, las editoriales y la música” realizada por una veintena de investigadores asentados los dos lados del Atlántico y coordinada por los antropólogos sociales Néstor García Canclini, Francisco Cruces y Maritza Urteaga Castro Pozo.
Este estudio comparativo, presenta una radiografía de esos jóvenes que están innovando en los campos editorial, musical, literario, artístico, entre otros en Madrid y Ciudad de México. Jóvenes que están desarrollando estrategias creativas y redes culturales dentro de las lógicas de interactividad entre el arte, la educación y el aprendizaje continuo, así como dentro de las dinámicas sociales de producción y difusión cultural, que se encuentran en proceso de transformación y reconstrucción.
La investigación, cuyo libro -editado por Ariel y Fundación Telefónica- fue presentado en Madrid, es un punto de encuentro de “insatisfacciones” entre dos trabajos que venían desarrollándose previamente, pues mientras el equipo de investigadores de Madrid trabajaba sobre prácticas emergentes en esta ciudad, el equipo de Ciudad de México estaba abordando la noción de trendsetters, al igual que la creatividad en nuevas formas de inserción social en redes. A partir de ahí los investigadores fueron encontrando semejanzas y diferencias, mientras perfilaban y reconfiguraban el objeto de estudio.
Presentación del libro «Jovenes, culturas urbanas y redes digitales». De izda. a dcha: José de la Peña; director de Educación y Conocimiento en Red de Fundación Telefónica; Néstor García Canclini, investigador, antropólogo social y coordinador del libro; Carles Freixa, catedrático de la Universidad de Lérida y Francisco Cruces, antropólogo, investigador y coordinador la investigación.Néstor García Canclini señaló que el estudio arrojó varios descubrimientos, entre ellos, que los jóvenes conciben y dan más importancia al proyecto que a una carrera como tal, pues han interiorizado que hay que ir trabajando por proyectos, probablemente porque hoy viven en condiciones de precariedad laboral, hasta el punto de que “la precariedad es un componente constitutivo de la experiencia juvenil”.
A su vez, Francisco Cruces Villalobos señaló que este estudio, en el que los investigadores convivieron durante dos años con los jóvenes, analizó las prácticas culturales y actividades de poetas, community managers, blogueros, editores, coolhunters, peluqueros, Vjs, entre muchos otros creadores y se comprobó que los jóvenes cuentan con referentes diversos y trasnacionales (como Lady Gaga o Mark Zuckerberg); que no trabajan en un solo campo, sino que trasiegan y experimentan en diferentes disciplinas, crean nuevas profesiones, están interconectados y siempre mediados por lo digital.
“Nos interesaba documentar in situ la creación cultural con los mismos jóvenes, no sólo documentar la obra, sino el proceso de creación, su lógica cotidiana, entender sus prácticas en la creación, conocer sus espacios de encuentro e intercambio y el proceso de producción colectiva del conocimiento“, afirmó Cruces. Para ello se emplearon distintas metodologías de abordaje, desde el cuestionario interactivo, hasta la investigación acción participante.
La investigación plantea además que aunque hace 15 o 20 años se hablaba de tribus, ligadas al concepto de territorialidad, pues los jóvenes se reunían en un espacio específico de la ciudad, ahora se habla más de “tendencias” (internacionales, transfronterizas) que atraviesan distintas disciplinas y donde los jóvenes cuentan con otros modos de apropiación más flexibles, inestables, donde lo digital lo atraviesa todo, al igual que el deseo de experimentar muchas actividades.
Carles Feixa, catedrático de la Universidad de Lérida y uno de los primeros lectores de la obra, asegura que el libro plantea que la cultura juvenil puede ser una forma de trabajo, una forma de ganarse la vida, por necesidad o por virtud, porque los jóvenes están excluidos del mercado laboral y viven en situación de desempleo y precariedad laboral. Y, afirma Feixa, en medio de este panorama la investigación evidencia que los jóvenes estudian, trabajan, emprenden, crean empresa, hacen otras cosas y también inventan su propia biografía.
García Canclini aclaró que el estudio abordó los procesos creativos de cierto tipo de jóvenes, en su mayoría de clases medias o medias-altas, que trabajan por proyectos y cuentan con el respaldo familiar, profesional o institucional que les posibilita desarrollar sus iniciativas o acceder a ciertos circuitos artísticos. Sin embargo, el investigador señaló que la falta de oportunidades y el malestar generado por la misma, interconecta a muchos sectores, más allá de las diferencias socioeconómicas, ello explicaría el amplio respaldo que han tenido movimientos como “Yo soy 132” en México o el 15M (indignados) en España.
Sin embargo, el investigador manifestó que esa creatividad desarrollada en pequeños grupos no cambia el sistema porque para incidir en el mismo se necesitan formas de organización más fuertes, más amplias, que crezcan y establezcan más alianzas.
“En la relación de los jóvenes con lo establecido no hay una sola tendencia, hay quienes descreen de la sociedad y quienes creen que se puede trabajar, pero en todos prima la tendencia a trabajar en sus proyectos. También hay la idea de que los bienes culturales deben estar disponibles para todos y que lo digital es importante porque por ahí circula todo, hay nuevos y múltiples escenarios”, indica García Canclini.
En este sentido, Cruces Villalobos anotó además que el estudio pone de manifiesto que la creatividad no pertenece a nadie, sino que es una condición que se genera colectivamente, en la interacción, destacando además que muchos de los nuevos capitales simbólicos y creativos de los jóvenes estudiados vienen de los viejos capitales culturales que se han reconvertido, procedentes de sus padres o de su entorno, pues por ejemplo, algunos de los creadores son hijos de libreros, anticuarios, etc…
Para Francisco Cruces es evidente además que a los jóvenes creadores les importa mucho la calidad de su trabajo, que tenga sentido y que sea honesto, pero también anota que es claro que el mercado se alimenta de los jóvenes y aunque algunos tienen reconocimiento, muchos otros son parasitados por ese sistema que los transforma en un producto o en un consumo.
Finalmente Cruces y García Canclini coincidieron en señalar que una de las principales aportaciones del estudio, y del libro, es asumir que la inteligencia y la creación se hacen en equipo, ello explica el valor y la ambigüedad de un texto que en muchos aspectos plantea más preguntas que respuestas y deja abierto el tema de investigación.